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lunes, 15 de septiembre de 2025

LO QUE DA EL HUERTO


Cleto contemplaba sus tullidas tierras desde la ventana mientras tomaba el primer café siguiendo la rutina marcada desde que se había jubilado; dedicaba su tiempo a labrar una tierra infértil.

Sin embargo, Ambrosio su vecino colindante tenía unas hortalizas de mercado, de revista agrícola, de foto de influencer, se le percibía orgulloso cada vez que se cruzaban, Cleto presentía la sátira en su sonrisa, la opinión de sus no tan agraciadas labores. 

El huerto cuadriculadamente ordenado era el más bonito de la zona, con su parcela correspondiente para cada tipo de verdura, los tomates: rojos, verdes, de pera, cherry los pimientos: verdes italianos, morrón y de padrón catalogados por tipos, así como las berenjenas, los calabacines, los pepinos, las zanahorias, todo le crecía con una algarabía fascinante, algo, casi mágico, incluso los árboles frutales se extendían rebosantes de salud. 

La linde separada por una barrera tableada marcaba la abismal diferencia, las plantas apenas crecidas se detenían para envejecer o ser cultivadas con frutos vanos que no servían ni para alimentar los pájaros que se posaban cerca del cableado, incluso ellos, observaban atónitos el ir y venir de uno con la cesta llena y las manos vacías del otro. 

Cleto desesperado rondaba a hurtadillas en busca de algún secreto, lo vigilaba tan cerca cómo podía y copiaba sus maneras de regar, la forma en la que movía la azada, incluso husmeó entre sus enseres tras convencer a su esposa de que le distrajese en busca de algún tipo de abono que hurtar sin ningún resultado, sus hortalizas eran tan ecológicas como deliciosas, y esto último lo sabía porque había pecado de ladrón en alguna ocasión apropiándose de ciertas piezas que dijo ser suyas. 

La coronación de su envidia llegó junto a una cabra y media docena de gallinas, que aumentaban la familia del gallo y los tres conejos, tal fue su enojo que de un puntapié tumbó en el suelo su propio espantapájaros propiamente tan jamelgo como el resto de la finca y blasfemando se dirigió hacia la casa. 

Aquella noche se le hizo más larga que de costumbre, pero a su vez le concedió más tiempo para pensar mientras su señora dormía a pata suelta, a la mañana siguiente ya tenía ideado un plan que puso en pie nada más tomarse el primer café. 

En la radio del coche sonaba una canción que le hizo recordar a su niñez, al coro parroquial y a los sermones del cura, con el pensamiento de no perder el hilo de su propósito apagó la radio y condujo hasta el mercado donde compró un cochino entero y par de pollos; luego se fue a casa, y esperó a que llegara la noche. 

Con almocafre en mano ocultándose entre las sombras labró diversas circunferencias derribando parte del cercado vecino todo con el más escrupuloso cuidado de no hacer ruido, le sustrajo todas las hortalizas y frutos maduros, destrozó sus árboles y plantas, más tarde sentenció la vida de los animalillos para esparcir sus partes descuartizadas por ambas fincas enterrando algunos trozos, tras añadir al destrozo el cochino y los pollos comprados se fue a dormir. 

A la mañana siguiente Ambrosio aparecía muerto, su cuerpo gélido descansaba desde la tarde-noche anterior, un malestar le hizo acostar más temprano que de costumbre y un infarto le sentenció. Los vecinos congojados no entendían nada, algunos conocían la delicadeza del corazón del difunto, otros asentían la disparatada opinión de Cleto de que habían sido los extraterrestres, su argucia había terminado algo diferente de lo que él había imaginado, ya se veía contando por televisión como había llegado un ovni arrasando con todo y de cómo eran aquellos seres que se habían comido la cosecha y el ganado, y así vender su parcela a algún interesando en la materia.

La policía catalogó el acto como vandálico y tras practicar la autopsia lo enterraron sin más. El resto de la finca se fue deteriorando sola, y pasado el tiempo llegó el día que unos parientes lejanos habían estado esperando, la leyenda del testamento, para ellos, la casa provista de todos sus enseres, las tierras que Ambrosio había mantenido por años eran para su vecino en agradecimiento por haber escogido el peor terreno cuando ambos compraron sus correspondientes futuros rurales. 

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